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Espacio personal

Deuda
Ilustración de Susana Gómez para Edebé

 

Una mañana cualquiera, el rey Jaime decide pedir cuentas a sus subordinados y hace llamar a sus deudores. El primero en aparecer es Caín, a quien también llaman «el Bolsillo Roto». Siempre gasta más de lo que tiene. Debe al rey una fortuna: ¡diez mil talentos! Ni todos los pueblos de Judea juntos podrían pagar ese dinero.

—Caín, ¿cómo piensas pagar la deuda que tienes conmigo? —le pregunta el rey Jaime con tono serio.

Caín transforma el semblante, y sus manos empiezan a sudar. No encuentra palabras para responder, ni siquiera se atreve a levantar la mirada. El rey toma una decisión.

—Tu silencio delata que nunca podrás conseguir esa fortuna. Para satisfacer tu deuda conmigo, ordeno que seas vendido como esclavo. Tú, tu esposa, tus hijos y todos tus bienes serán vendidos en el mercado.

Caín, desesperado, se derrumba a sus pies y llora:

—Señor, tened paciencia conmigo. Os pagaré la deuda en su totalidad. Trabajaré día y noche; lo que gane será vuestro. Señor, no permitáis que nos vendan. Piedad…

El rey Jaime lo mira. ¿Por qué no darle una nueva oportunidad? Se compadece profundamente de él y le dice:

—De acuerdo, Caín. Vete tú y tu familia. Quedáis libres de la deuda. Id y rehaced vuestra vida.

Nada más salir, Caín se encuentra con un grupo de conocidos. Entre los amigos, reconoce a Nicodemo, a quien le prestó cien denarios hace un tiempo. Caín, llevado por la furia, coge a Nicodemo por el cuello y lo ahoga entre gritos.

—¡Maldito Nicodemo! ¡Págame los cien denarios que me debes!

Cien denarios es mucho dinero… Pero harían falta bolsas y más bolsas de cien denarios para conseguir los diez mil talentos que el rey Jaime acaba de perdonar a Caín. Nicodemo, desolado, solo puede suplicarle sollozando a sus pies:

—¡Caín, ten paciencia conmigo! Te lo pagaré en cuanto pueda. No lo dudes. Todos los días recuerdo la deuda, pero me resulta muy difícil reunir tantas monedas.

Caín se muestra indiferente a las palabras de Nicodemo. Y hace que lo lleven al calabozo. Los compañeros, que lo han visto y oído todo, están contrariados por lo que acaba de pasar y van a contárselo al rey. Jaime, sin dudar ni un momento, manda llamar a Caín.

—Tú, que has sido liberado de una deuda enorme, ¿no puedes compadecerte de las deudas que otros tienen contigo? ¡Qué poco corazón tienes, Caín! ¡Cómo te atreves a no compartir el perdón que has recibido?

Indignado por la actitud tan desagradecida de Caín, el rey ordena que lo encierren en la prisión.

 

Mateo 18, 21-35