Dibujo de Susana Gómez

El corral está vacío, pero Josué regresa ya con el rebaño. Las ovejas han pastado hoy en un prado nuevo, más allá del río. Para llegar, el rebaño ha de pasar por un pequeño puente de madera, pero vale la pena cruzarlo. Josué descubrió el prado hace unos días y hoy lo han «estrenado». Muy verde, y lleno de mariposas y flores amarillas. Josué silba mientras camina a buen ritmo con las ovejas siguiéndolo de cerca. Está contento con el lugar que ha encontrado para sus pequeñas amigas.

Los corderitos lo siguen confiados. Se amontonan unos con otros, les gusta ir bien apretados. Parecen todos iguales, pero cada uno tiene su propia historia, y el pastor los conoce bien. Una oveja es paciente con las moscas; otra parece masticar chicle; aquella de allí camina siguiendo algún compás y esta pequeñita es casi sorda… La pequeñita, la que no oye bien, siempre va despistada y le cuesta seguir el ritmo de las demás. Hoy se ha distraído: admiraba el vuelo de una abeja atareada y no ha oído que sus amigas se marchaban. Cuando se ha dado cuenta, ya estaba sola. ¿Cómo volverá si no conoce este nuevo camino?

La ovejita intenta cruzar el puente. Está sola y tiene miedo. Poco a poco, y con los ojos casi cerrados, consigue pasar a la otra orilla. Avanza insegura por caminos y senderos: tierra seca, olor de tomillo y piedras de mil tamaños. A veces, bala temblorosa y asustada. ¿La echará de menos Josué? La tarde cae y el sol dorado se esconde detrás del horizonte. Al fin, se tumba cansada y en silencio llora: está perdida.

Como siempre, Josué llega contento a casa. «Tendré que arreglar la puerta del corral», piensa mientras las ovejas van entrando en fila. Al pastor le gusta contarlas por parejas.

—Dos, cuatro, seis, ocho…

Pero cuando llega al final, ¡una pareja no tiene pareja! No puede ser. Vuelve a comenzar, cuenta poco a poco. Solo noventa y nueve: ¡falta una! Debe de ser la que está un poco sorda, la que siempre hace el remolón. Josué mira su rebaño y, preocupado, se rasca el cogote. Ya es de noche. Mira a lo lejos, hacia el sendero por donde han pasado. No ve nada.

­—¡Ay, mi oveja sorda! ¿Y ahora qué hago yo?

Josué resopla, no quiere dejar solo el corral. ¿Solo por una oveja tengo que salir? ¿Y dejar a las otras sin pastor? Pero… ¿y si mi oveja perdida no ve el puente y no puede cruzar el río? ¿Y si se desorienta del todo? ¿Y si algún lobo la descubre? Sin pensarlo más, toma el bastón y sale deprisa. No quiere dejarla sola en plena noche. Mientras camina, grita con todas sus fuerzas.

—¡Menuda! ¿Dónde estás?

Sus silbidos parecen gritos agudos. A lo mejor la ovejita lo reconoce. Va río arriba, río abajo. Por dos veces está a punto de caerse al agua.

—¡Ovejita, voy a buscarte! —se desgañita desesperado.

Trepa por las rocas altas por si pudiera ver algo. Silba y grita. Grita y silba. De pronto, un poquito de lana en una zarza. La oveja ha pasado por allí, está seguro. Avanza decidido por la oscuridad. Asomando tras un tronco, ve la cola corta de su pequeña oveja. Se lanza hacia ella.

—¡Te he encontrado, pequeña!

La mira por todas partes para estar seguro de que no está herida. La oveja lo lame, lo acaricia con la cabeza, se le acerca como si quisiera pegarse a él. Se quedan abrazados un ratito. La alegría llena sus corazones.

—¡Estoy tan contento de haberte encontrado! Cuando lleguemos a casa, iré a avisar a los vecinos. ¡Todos han de saberlo! ¡Te había perdido en medio de la oscuridad y te he encontrado! ¡Estás aquí, pequeña!

Josué se sube la oveja a los hombros y camina hacia el corral con una sonrisa de oreja a oreja.

Maria Sallés, texto inspirado en Lc 15, 3-7


Para la reflexión en clase:

Lc 15, 3-7

¿Cómo se siente la pequeña oveja cuando está perdida? ¿Te has sentido así alguna vez?

—¿Qué crees que mueve a Josué a buscar a la pequeña oveja?

Nuestro Padre Bueno también se siente así cuando nos ve «despistados» de su camino. Él siempre va a nuestro encuentro.

Propuesta de trabajo elaborada por Maria Sallés