Samuel y Dina juegan cerca del lago. Les encanta trepar a los árboles que allí crecen, molestar a los pescadores y salpicarse en la orilla. Esta mañana de sol, ya han subido del pozo un par de cubos de agua y han ayudado a sus madres a moler la harina.
—¡Buenos días, Dina! ¿Has acabado? —grita Samuel desde la calle.
Dina asoma la cabeza por la ventana y sonríe.
—¡Samuel, ya bajo! Adiós, madre, ¡hasta luego!
Una carrera hasta la orilla del lago es su primer juego. Dina echa a correr sin avisar a Samuel. Él se esfuerza todo lo que puede, pero no consigue atraparla. Algo enfadado, le suelta:
—¡Tramposa! ¿Tienes miedo de que te gane o qué? ¡Dina, gallina!
Dina se troncha de risa. Se conocen tanto que ni siquiera saben enfadarse. Cuando se recuperan de la carrera, se acercan a la orilla y meten los pies en el agua. ¡Hace tanto calor este verano!
—¡Chavales!, no vayáis muy adentro. Ya sabéis que este lago no tiene miramientos y se traga a cualquiera —les advierte un viejo pescador que repara las redes cerca de ellos.
Los niños lo miran y retroceden un par de pasos. Enseguida, se sientan en la orilla y se ponen a jugar con la tierra del lago.
—¿Hacemos una cabaña? —propone Dina.
Al instante, Samuel se pone manos a la obra. Con troncos largos abandonados por las olas, ramas con hojas y restos de cuerdas, pronto la cabaña está terminada. Han levantado una pequeña casa sobre la arena, cerca del agua. ¡Qué bonita ha quedado!
Luego, corren hacia unas rocas que se amontonan en la misma orilla y se suben a ellas.
—Venga, Dina. Hagamos aquí otra cabaña. Así podremos jugar a que vamos de visita de una casa a otra.
Ahora ya saben lo que necesitan. De nuevo buscan troncos, ramas con hojas, cuerdas… Trabajar sobre una roca no es como hacerlo sobre la arena. Hace falta más paciencia y más esfuerzo. Sobre todo hace falta mucho equilibrio para sujetar el material y atar bien los troncos. Con la arena, todo era muy fácil. Solo había que hundir bien los palos, añadir un puñado de arena húmeda y enseguida quedaban apuntalados. La casa sobre la roca cuesta más. Tienen que ingeniárselas muy bien hasta que, por fin, la construcción se aguanta derecha. Cansados, observan el resultado final: se han esforzado mucho y están satisfechos.
Las olas caprichosas del lago se acercan a la cabaña de la arena. La acarician con su vaivén. La cabaña se empapa. De pronto, el agua se lleva un poquito de arena. Samuel se da cuenta.
—Mira, Dina —le dice algo decepcionado—. Los cimientos de la cabaña se derrumban…
El agua no tarda en hundirlo todo. Los dos permanecen callados.
En silencio, miran ahora hacia su construcción de las rocas y contemplan el balanceo de las olas. Dina inspira profundamente y le dice a su amigo:
—Samuel, no sufras. Esta casa está sobre una roca, no corre peligro. Fíjate, las olas también vienen y toca la roca, la mojan, la quieren mover… Pero la roca no se hundirá, ¡es un cimiento como Dios manda!
Mateo 7, 24-27
- Por qué es importante un buen cimiento al hacer una casa?
- Tus decisiones, ¿sobre qué cimientos las haces: de roca o de arena? ¿Crees que Dios te inspira en alguna de ellas?