Tratos en la viña
Pasado el verano, los racimos de uva guardan todo el calor del sol en cada uno de sus granos. Entre los brotes tiernos, cuelgan las uvas como si fueran pendientes de oro. Las viñas son un maná, un regalo de la tierra y de Dios. Pero el tiempo de la vendimia es agotador: mucho trabajo en muy pocos días. Si se tarda demasiado, la cosecha se pierde.
Los jornaleros van a la plaza del pueblo y esperan a que los contraten los dueños de las viñas. Los más madrugadores llegan antes de la primera luz. José, el amo de las viñas, los ha visto.
—Buenos días, chicos. ¿Queréis trabajar en la viña? Os doy un denario por la jornada.
Los jóvenes, contentos de haber madrugado, lo aceptan y van a la viña con ganas de ganarse el sueldo.
A media mañana, José pasa de nuevo por la plaza. ¡Queda tanto por hacer! Contrata a cuatro o cinco jornaleros más. Los hombres aceptan la paga y van a recoger la fruta. Al mediodía, José vuelve. Y a las tres, otra vez. Siempre encuentra a algún jornalero que quiere añadirse a la vendimia.
A las cinco cruza por última vez la plaza. Se acerca a un par de hombres, decepcionados porque nadie los ha escogido, que permanecen inmóviles sin atreverse a levantar la cabeza. José los mira con ternura.
—¿Todavía seguís en la plaza? ¿No sabéis que ha comenzado la vendimia?
—Señor, nadie nos ha llamado…
—¿Cómo es posible? ¡Pero si faltan manos! Os doy un denario por el trabajo —ofrece José, como ha hecho con los demás.
Ellos, en cuanto lo oyen, salen corriendo hacia la viña. Los hombres cogen racimos de uva madura y descargan los pendientes dorados de las cepas. Las portadoras van llenas hacia la prensa.
Cuando anochece, José llama a todos los trabajadores para pagarles el sueldo. Recuerda los ojos de los últimos jornaleros y los llama en primer lugar para cobrar. Cuando les toca recoger el jornal a los más madrugadores, reciben el denario prometido. El mismo sueldo que el de los últimos jornaleros. Uno de ellos, muy disgustado, le dice:
—José, te has equivocado en el jornal… Los hombres que han venido al final solo han trabajado una hora. Nosotros estamos aquí desde el alba. ¡Nos hemos esforzado todo el día! No es justo que cobremos lo mismo.
—Esta mañana te he visto en la plaza, cuando aún era de noche, y te he propuesto este precio. Te ha parecido bien y lo has aceptado. ¿Cuál es el problema?
—¡Nosotros hemos trabajado de sol a sol; ellos no!
—No entiendo cuál es tu problema: yo he cumplido el trato que habíamos acordado. Con cada trabajador he hecho un pacto, y yo lo he respetado. He ofrecido un buen precio a cada uno. Me gusta ser generoso con todo el que trabaja en mis campos: con los primeros en llegar y con los que se han añadido más tarde. Para mí, los últimos, los que tenían los ojos llorosos y estaban olvidados por todos, son tan importantes como los primeros.
Mateo 20:1-34
- A lo mejor, reconoces un poco la envidia de los jornaleros de primera hora. ¿Recuerdas situaciones de tu día a día en las que te sientes así?
- A José no le importan las horas que trabajan sus jornaleros, sino las ganas de trabajar. ¿En qué nos fijamos nosotros para ser generosos?
- ¿La justicia es hacer lo mismo para todos?