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Espacio personal

Cuaresma
Diseño de Jesús M. Gallardo para Edebé

Te ha sonado el despertador y con los ojos medio cerrados lo has parado. Movida por la inercia, te arrodillas ante la imagen de la Virgen María que tienes en la habitación para hacer una breve oración de ofrecimiento del día, como sueles hacer desde que eras niña. Y así, con estos gestos cotidianos y repetitivos, empieza un día más. Y nada hace sospechar lo que está a punto de suceder.

Una vez preparada, bajas a desayunar y en tu sitio hay un sobre con tu nombre. Un tanto sorprendida, miras a tu alrededor para comprobar si hay alguien mirándote, pero te das cuenta de que estás sola. Así que te dispones a abrir el sobre. Sacas dos tarjetas de transporte y una tarjeta en la que se leen estas palabras: “¿Te gustaría emprender un viaje conmigo?”.

Esta historieta, a pesar de ser inventada y un tanto idealista, nos ayuda a comprender el verdadero misterio que se esconde en la vida del hijo y la hija de Dios. Para el cristiano, el regalo de existir es una invitación elaborada personalmente por Dios Padre. Una invitación a emprender un viaje apasionante del cual conocemos el momento de inicio pero no su fin. El recorrido podrá ser más largo o más corto, pero la grandeza del viaje no se mide por la duración sino por la intensidad y la pasión con las que vivimos día tras día.

Las etapas de la vida de las personas van marcando los nuevos y cambiantes escenarios a los que el Señor continuamente nos conduce.

Al sonido de la campana, la cigüeña hace su entrada magistral en la historia y, una vez más, nos hace entrega del don más preciado de la Creación: la vida humana envuelta por la ternura, la generosidad y la entrega de los padres. La inocencia, la jovialidad y la franqueza propias de la infancia juegan en una pradera cultivada con rojos tulipanes que, dorados por el sol, son columpiados al ritmo de una orquesta de golondrinas. El viento, soplo a soplo, va preparando un nuevo escenario. La inocencia da lugar a la picardía, la jovialidad se enmascara con la duda y la franqueza se toma un descanso. Miras al cielo y parece que se esté preparando una fuerte tormenta. Tomas precauciones y coges un paraguas. Querrías que el tiempo corriese, pero tan solo anda y lo hace de puntillas. Sin embargo, de repente, cuando ya te habías acostumbrado al color gris, te das cuenta de que las nubes empiezan a marcharse. Preparan el equipaje y, en su lugar, el sol y el esplendor invaden tu hogar, a tu gente y tu entorno. Empieza así un nuevo tiempo donde la superación personal, los retos y la exigencia se convierten en las altas cordilleras que se desean escalar. El temporal, la niebla, la nieve y el hielo nos acompañan en el caminar. Una vez coronada la cima, llega el descenso. La paciencia, la docilidad y la aceptación se convierten en la mejor compañía para el viaje. Este es el momento de soltar la batuta y dejar que otro la tome. Aunque a veces es difícil aceptar que ya estamos en el viaje de vuelta.

Ahora, sea cual sea tu escenario personal o familiar, tienes una invitación pendiente de abrir. Estamos a punto de comenzar uno de los tiempos más importantes para la vida de un cristiano. El tiempo litúrgico de la Cuaresma nos invita a preparar nuestro equipaje para emprender un viaje. Un viaje que no empobrecerá tu bolsillo ni alterará tu agenda. Para que nos entendamos, utilizando el lenguaje tecnológico: es como si se tratara de un “reset informático” para purificar las enfermedades y prevenir las amenazas.

La misión de este viaje no es otra que acompañar a Jesús. Él, nuestro buen amigo, hace muchos años que vivió una apasionante aventura en los desiertos de Palestina durante cuarenta días. Su dedicación fue total, aceptando con prontitud la invitación de su Padre. Se desnudó de todo poder, autoridad y riqueza. Su único alimento fue la Palabra Viva de su Padre. Una palabra que iba meditando noche y día hasta arraigar firmemente en su corazón. Como sucede con la gente que se quiere, las voluntades se fusionan hasta constituir una sola realidad. La voluntad del Hijo no era otra que la voluntad del Padre: entregar la vida como rescate para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.

De la mano de Jesús y siguiendo sus huellas, así empieza nuestro viaje. Un recorrido que nos conducirá por el desierto de nuestro corazón. Percibiremos la escasez del agua de la gracia que con urgencia tiene que regar nuestra alma. Que el suelo a veces está yermo debido a la dureza de un corazón que se resiste a perdonar y a recibir el perdón que tanto desea nuestro ser. Que los arbustos se han quedado sin la hoja de la comprensión, la paciencia y la generosidad con los hermanos. Sufriremos la escasez del único alimento capaz de satisfacer el hambre de eternidad, por nuestra carencia de asiduidad a la fuente de sabiduría.

 

“¿Te gustaría emprender un viaje conmigo?”

Estas palabras son ahora las protagonistas. Durante la Cuaresma, el amigo fiel te lo irá repitiendo. Desde el silencio de tu corazón irá susurrando estas palabras. La paciencia y la constancia son algunas de sus muchas virtudes, así que no pienses que se cansará en su propósito. Insistirá desde un profundo respeto por tu libertad. Para que lo acompañes en este camino. Un recorrido que significará revisar todo aquello que no marcha como querríamos y diagnosticar las posibles causas. Ajustar las piezas que no están bien fijadas y amenazan con hacer que caiga el edificio. Vacunarse de los nuevos virus que vuelan por los aires buscando un organismo débil donde aterrizar. Hacer limpieza de la ropa desgarrada del armario que pide ya la jubilación.

Al contrario de lo que a primera vista podría parecer, este no es un viaje triste, sino apasionante y lleno de retos. Sin ninguna duda, resultará ser una aventura extraordinaria. Es cierto que nos toparemos con algo que habríamos preferido evitar, pero su encuentro resulta inevitable para avanzar hacia delante. Aun así, antes que nada, debemos tener bien presente que este viaje es el que nuestros corazones necesitan. Es oxígeno para los pulmones, energía para los músculos, estímulo para el buen humor y descanso merecido para nuestro corazón un tanto agotado. En definitiva, es una oportunidad que derrumbará muros que obstaculizan nuestro paso, construirá nuevos caminos y forjará puentes para el futuro.

No podemos olvidar que este camino no lo hacemos solos, sino que estamos acompañados por el mejor de los expertos en este tipo de aventuras. Jesús, libremente y con plena conciencia, asumió nuestra condición humana en todo, salvo el pecado, para hacerse semejante a nosotros y ser uno entre nosotros. A lo largo de su vida, experimentó en plenitud el dolor, la soledad, el desprecio y las tentaciones. Él conoce con detalle la amargura y la oscuridad que el corazón humano demuestra ante el sufrimiento de un ser querido. Y entonces podríamos preguntarnos: “¿Por qué, conociendo el dolor, quiso morir con una muerte tan cruenta y dolorosa?”.

Pues bien, en este nuevo tiempo cuaresmal que este año comenzamos, Jesús lanza un poco de luz sobre este misterio. Quiere que comprendamos un poco más la grandeza del dolor humano. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, abrazando el sufrimiento otorgó una dignidad inmensa al sufrimiento humano. Apartando de él la concepción de condena o de castigo que antiguamente mantenía lo revistió del don de la salvación, lo regó de gracias divinas y lo adornó con el mérito de la redención. Un mérito que Jesús, clavado en la Cruz, recibió de Dios Padre y que promete hacer partícipes a sus hijos e hijas cada vez que prueban mínimamente el plato dulce y amargo a la vez de la Pasión de Nuestro Señor.

Señor, te pido que en estas semanas me concedas la gracia de aceptar con paciencia y serenidad el dolor que me envías. Haz que comprenda que en el sufrimiento Tú me hablas de la agonía y la muerte que aceptaste para mí. Me hablas de amor, pero del amor auténtico. Un amor que hace daño. Señor, levanto la vista hacia la Cruz y ahora por fin empiezo a comprender que el sufrimiento duele porque tu cuerpo herido se acerca y me viene a buscar. ¿Cómo puedo quejarme? ¿Cómo puedo esperar que tu amor no me haga daño? Tu corazón está clavado en la Cruz por mí. Tus clavos, tu corona de espinas, tus heridas y tus llagas son la prueba de tu locura de amor. Y esto es para siempre, no hay marcha atrás. Cuando me hablas al oído, abres tu corazón y me invitas a seguirte, tus heridas penetran en mi corazón. ¿Cómo podría rechazarlas? Con lágrimas en los ojos, te daré las gracias porque estas heridas son la medicina para mi corazón enfermo, que gime por un amor verdadero.